La industria del maltrato

En mi opinión, hay un problema fundamental y bastante grave en la industria creativa española del que todos somos cómplices, que es la incapacidad de vivir de las obras que creamos.

Ni los libros infantiles, ni los cómics, ni en general las obras ilustradas dan el beneficio económico a sus creadores como para vivir de lo que crean. En resumidas cuentas, lo que quiero denunciar en este artículo es que de la industria creativa viven todos menos sus autores, que en la mayoría de los casos sobreviven, si tienen suerte.

También tengo que decir que cuando he asistido a convenciones o mesas redondas sobre este tema, la mayor parte de las veces echamos balones fuera. La culpa es siempre del otro. De las empresas, de los editores, del mundo… Estoy de acuerdo en afirmar que hay parte de responsabilidad en lo externo, pero nosotros como agentes directos, podemos influenciar y ayudar a cambiar este tipo de situaciones, así que hagamos algo de autocrítica.

Me gustaría empezar este artículo analizando cuáles creo que son los problemas externos (ajenos a la responsabilidad del autor) que pueden afectar a este maltrato que vivimos los creadores:

1. No hay un reconocimiento del trabajo creativo por parte de la propia industria

Se tiene al autor como un mero actor que produce, en términos mercantilistas, una obra para ser vendida. No se reconoce a este fabricante u obrero como una fuente de creatividad que debe ser cuidada y tratada con dignidad. Y cuando hablo de dignidad, también me refiero a algo tan sencillo como poder pagar las facturas durante el periodo en el que la obra esta siendo creada.

2. No hay un reconocimiento profesional creativo por parte de la sociedad

El autor en España es una rareza. No se promociona ni se apoya. Sólo cuando se produce un éxito comercial, el autor artístico es reconocido como profesional, como alguien que vive de lo que crea de forma normalizada. Véase el ejemplo de Vargas Llosa. Un hombre que vive de ser escritor de novelas, además de colaborar de forma habitual en EL PAÍS. Los demás autores somos amateurs, por decirlo de alguna manera, combinamos nuestra obra artística con otros trabajos para poder pagar las facturas. Esta es la realidad para miles de creadores. Los autores no somos, por tanto, considerados profesionales de la ilustración, del cómic o lo que sea, el autor es considerado un artista en el peor de los sentidos: alguien que busca inspiración, que crea de forma no continuada, desorganizado, inestable… Quizás, en gran medida alimentado por la imagen que ha dado la literatura popular, el cine y los medios de masas.

3. No hay un reconocimiento dentro de la propia cultura

Dentro de la cultura existen grados de reconocimiento asignados socialmente. Por ejemplo, un pintor es más artista que un dibujante de cómics y un escritor mejor considerado que un guionista. La cultura artística se compone de subculturas entre las que existen relaciones de poder piramidales. Aunque ahora hay una tendencia hacia la hibridación de medios y esta cambiando la percepción del artista, socialmente siguen pesando las bellas artes frente a las nuevas formas de expresión, o mejor dicho, las históricamente más recientes. En España, en lugar de valorar todas las creaciones culturales, tendemos a clasificarlas y otorgarles mayor o menor prestigio. Siempre que pienso en esto me viene a la cabeza el cómic, por ejemplo. Este medio, tradicionalmente considerador un arte menor y popular, ganó mucha reputación en nuestro país cuando se juntaron los siguientes factores: en Europa la historieta empieza a consolidarse como arte y conquista los museos, por lo que los autores españoles empezaron a cotizarse en el extranjero. Esto, sumado al descubrimiento de Hollywood de la gallina de los huevos de oro que significaba el cómic y la explosión de las novelas gráficas, empujó hacia la élite a la historieta.

4. No hay un reconocimiento económico

Las consecuencias a todos estos problemas externos en nuestra sociedad se traduce en valores económicos. Lo que no cuesta, no vale  y por ende, el ilustrador no es valorado según su capacidad técnica.

¿Cuantas veces se nos habrán dicho “hazme un dibujito que no tardas nada”?

Lo que a priori es una técnica que, tras años de entrenamiento, nos permite dibujar con soltura en cinco segundos una cara, para la sociedad es una habilidad asociada a lo recreativo y por ende, sin valor económico.

5. No hay un reconocimiento educativo

La sociedad no es capaz de ver que la creatividad también es una ciencia con características propias que merece ser valorada igual que la medicina o la física nuclear. Los parámetros del color, las proporciones y la anatomía humana, la sociología del arte o el dibujo artístico, son conocimientos que necesitan de práctica para perfeccionarse y entrañan la misma dificultad que el cálculo matemático de una colisión de agujeros negros.

La creatividad es la asignatura pendiente en nuestras leyes educativas. No se fomenta ni se trabaja y parece condenada a desaparecer en manos de políticos con intereses cuantitativos en lugar de cualitativos. No interesa formar personas creativas, si no que sean eficaces.

Así, el ilustrador no tiene prestigio social, cultural, industrial, educativo ni económico. No vive con dignidad ni es reconocido. Pero como he dicho antes, nosotros también somos cómplices de esta situación. Somos maltratados pero también, muchas veces nuestros propios maltratadores.

¿La solución? Compleja y muy arraigada en la estructura social, pero siempre viable. Estas son mis propuestas.

1. Cambiemos los precios del mercado

En el campo del cómic, que es el que más conozco, los editores ofrecen una media de 1000-1500€ euros de adelanto por una obra. Da igual lo extensa o corta que sea, es difícil que suban más de estas cantidades. Quizás, de forma excepcional, se pueda ver incrementada por el potencial comercial de la obra, pero lo habitual es encontrarnos con adelantos como estos.

Es decir, si dibujas durante un año una novela gráfica de aproximadamente 100 páginas, una editorial española te dará unos 125 euros por mes trabajado o lo que es lo mismo, 15 euros por página. Una miseria, vaya.

En España no se puede vivir de la creación de cómics. Si se puede vivir de editarlos, de distribuirlos y de venderlos, pero la fuente del negocio es la que menos beneficio obtiene. Bueno, ni siquiera recupera la inversión, como para obtener beneficio.

La solución radica en dos partes: que las editoriales económicamente más fuertes inviertan los beneficios de sus best-sellers en una partida para fomentar la creación autóctona de calidad, comprometiéndose a subir los precios paulatinamente. De la misma manera, el autor debería esforzarse más en negociar las cláusulas y mejorar su contrato. Estamos muy poco acostumbrados a exigirles a los editores. En general los autores solemos asociarlo todo a conflicto y por evitarnos malos rollos no pedimos lo que es justo. Pedir un precio adecuado a nuestra obra no debería ser un motivo de enfado, si no una simple negociación para buscar un beneficio propio.

2. Hagamos didáctica

Siempre se aprende más a través de lo positivo. Cuando un cliente no comprenda nuestra labor, cuando un niño nos pregunte, cuando un familiar nos pida un “dibujito”, debemos realizar una labor didáctica. Enseñar qué es nuestra profesión, que conozcan detalles y la valoren. A veces pecamos de intolerantes. No todo el mundo conoce lo que hacemos, tenemos que darnos a conocer. Con esto no quiero decir que si nos tratan de forma irrespetuosa debamos ser didácticos, no. Sólo hay que intentar darnos a conocer mejor al mayor número de personas posible.

Desmitifiquemos al artista. Matemos al artista maldito, al que busca inspiración y se va, al informal y a todos aquellos que, en general, no beneficien la imagen de la profesión. Aportemos más seriedad y cualificación técnifica.

Lo ideal, a mi juicio, sería complementar todo esto con charlas sobre ilustración/cómic en Universidades, Ayuntamientos, Colegios y Empresas, para que los estudiantes, funcionarios, profesores y empresarios conozcan más nuestro método de trabajo y aprendan a respetarnos.

3. Involucremos al Estado

Ya sea a través de ayudas económicas, beneficios fiscales a autónomos y empresas para que inviertan en autores nacionales, planes de fomento de la lectura: Quino y Paco Roca están bien, pero ¿por qué no poner más cómics y libros ilustrados en el Metro de Madrid?

El Estado, además, debería cambiar su postura con respecto a las enseñanzas artísticas y cuestionarse su modelo educativo. He escuchado quejarse de esto a muchos profesores. La política no se debe hacer a costa de la educación. Debería ser prioritario dejar en manos expertas el cambio en la Ley educativa para evitar que la política realice constantes cambios que sólo degradan y empeoran la calidad de vida de los chavales.

Planes de ayuda a la creación artística. Ya sea a editoriales o autores. Aunque en realidad tampoco tengo muy claro si realmente estas ayudas nos beneficiarían, no hay más que ver lo mal que funciona el cine Español y todos los chanchullos que se denuncian, pero bueno, quizás alguien en los comentarios pueda aportar algo.

4. Medidas económicas que fomenten el respeto a la creación

Necesitamos un plan económico que nos ayude a salir de esta crisis. Aquí si que no puedo ni proponer, jamás me cuadró la caja cuando trabajaba en el Hiper. La verdad, me encantaría leer vuestras aportaciones.

En definitiva, lo que quiero es que busquemos soluciones entre todos. Sabemos que hay muchos problemas, pero lo que de verdad es difícil es pensar qué podemos hacer por cambiar las cosas. Ese es nuestro verdadero reto ahora, dar una vuelta de tuerca y cambiar la perspectiva de las cosas, de esta forma empezaremos a vivir en vez de a sobrevivir.